domingo, 3 de junio de 2012

Los anticristos. 2,18-28.

18Hijos, es un momento decisivo. ¿No oísteis que iba a venir un anticristo? Pues mirad cuántos anticristos se han presentado: de ahí deducimos que es un momento decisivo.
19 Aunque han salido de nuestro grupo, no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado con nosotros, pero así demuestran que ninguno de ellos era de los nuestros.
20 A vosotros, además, el Consagrado os confirió una unción, y todos tenéis conocimiento. 21Si os escribo no es porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis y sabéis que de la verdad no sale mentira alguna.
22 ¿Quién es el embustero?, ¿quién sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ese es un anticristo, el que niega que son Padre e Hijo. 23Todo el que niega al Hijo se queda también sin el Padre; quien reconoce al Hijo tiene también al Padre.
24Por vuestra parte, permanezca con vosotros lo que aprendisteis desde el principio; si eso que aprendisteis desde el principio permanece con vosotros, también vosotros permaneceréis con el Hijo y con el Padre; 25y ésa es la vida definitiva, la promesa que él nos hizo.
26Sobre los que intentan extraviaros, basta con lo escrito. 27 Además, la unción con que él os ungió sigue con vosotros y no necesitáis otros maestros. No, como esa unción suya, que es realidad, no ilusión, os va enseñando en cada circunstancia conforme a lo que él os enseñó, permanecéis con él.
28Pues ahora, hijos, seguid con él, para que, si se manifiesta, nos sintamos seguros y no tengamos que alejamos de él, avergonzados, el día de su visita.

EXPLICACIÓN.

18-28. Segundo enemigo, los que niegan que Jesús es el Mesías; éstos son los anticristos o «antimesías», que separan al Cristo glorioso del Jesús humillado, que no siguen a Jesús en su testimonio de verdad y amor al hombre, causa del odio del mundo, que convierten a Cristo en objeto de culto sin continuar su labor liberadora. Un anticristo, lit. «el anticristo»: en gr., esta determinación indica un individuo concreto, pero no precisado (el que niega), que en casto se designa con la indeterminación.

Un momento decisivo, gr. eskhátê hôra; La falta de determinación impide referir la expresión al momento último o final (cf. Jn 6,39.40, etc.: «el último día»): el adjetivo éskhatos indica, pues, el tiempo o momento en que la opción no puede esquivarse y es de algún modo definitiva (“decisivo/crítico”); ser "último/decisivo” es la calidad propia del tiempo mesiánico, etapa final de la historia, en la que, según la concepción de Juan, los campos quedan divididos por la inevitable opción entre luz y tinieblas (d. J n 3,19-21). La creencia difusa en un «anticristo» para la época final se realiza de modo inesperado: hay muchos «anticristos» (18).

Divergencias en la comunidad; algunos la han abandonado (19). La causa profunda de la división ha sido la no aceptación del compromiso con el prójimo, según el mensaje de Jesús. El rechazo del compromiso ha cristalizado en una ideología que separa a Jesús hombre del Mesías, entidad celeste y gloriosa, que desciende sobre Jesús en el bautismo, pero lo abandona antes de la muerte infamante en cruz (cf. 4,1-6; 5,6-12).

La unción (“crisma”, como «Cristo», Ungido) que han recibido de Jesús (el Consagrado) es el Espíritu, que da la experiencia de Dios como Padre y de Jesús como Salvador. El autor no pretende instruirlos; quiere que usen el conocimiento que ya tienen para discernir entre lo que es de Dios y lo que no es (20-21).

El autor desmitifica el concepto de anticristo (22: Ése es el anticristo). Negar que Jesús-hombre es el Mesías (Ungido, Consagrado por el Espíritu) lleva consigo negar que es el Hijo de Dios (23) y que su actividad es la misma del Padre (cf. Jn 10,24.25.32.36). Se niega así la importancia de su vida histórica; quien tal hace se queda sin el verdadero Dios, el Padre, y el dios que se fabrique será un ídolo (cf. 5,21), pues es la vida y actividad de Jesús la que revela el ser de Dios (Jn 1,18; 12,45; 14,9). Que son Padre e Hijo (22), lit. «al Padre y al Hijo», refiriéndose a la relación entre ambos.

Lo que aprendisteis desde el principio es el mensaje del amor, a ejemplo de Jesús. Su práctica mantiene unidos a Jesús y al Padre, fuente de vida, y esa unión, efecto de la comunidad de Espíritu, es la vida definitiva (cf. Jn 17,3) (24-25).

El cristiano que practica el amor al prójimo posee la unción interior del Espíritu (cf. 2,20), que vivifica la enseñanza de Jesús (cf. Jn 14,26), permitiendo discernir lo verdadero de lo falso (no necesitáis otros maestros) y actuar en cada circunstancia conforme al mensaje; esto hace que el cristiano siga unido a Jesús (26-27).


Resumiendo lo dicho anteriormente, exhorta a la constancia en lo principal, la adhesión personal a Jesús (seguid unidos a él); si se manifiesta: la posible visita del Señor a la comunidad ha de identificarse con algún acontecimiento que la ponga a prueba, quizá la persecución (28); retiramos avergonzados, lit. «avergonzamos lejos/alejándonos de él»; visita, gr. parousía (sólo aquí en los escritos joaneos), que, desde el siglo II a.c., era el término usual para designar la visita de un rey o emperador a una ciudad; no hay razón para suponer que el texto hable de una llegada al fin de la historia; cf. Mc 13,26.32-37.

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